Llega el buen tiempo ahí fuera, por dentro sigo a oscuras. Las fechas no favorecen mi estado de ánimo. Papeleo propio del cierre de cursos, decisiones difíciles, exámenes... ¡quién pudiera volver a las vacaciones de tres meses! Entonces sí que disfrutábamos del verano, sin obligaciones, sin perder la cabeza haciendo números para viajar. Recuerdo las 6 horas de viaje; los cuatro en un 127 amarillo, apretados pero felices. Teníamos por delante un montón de días llenos de aventuras. Los días de piscina, las noches en el apeadero contando historias de miedo, los mareos de zurra, los viajes en autostop a algún pueblo cercano, los domingos de paella, los últimos juegos infantiles, los primeros besos, las fiestas de mediados de agosto, el cuadernillo de vacaciones medio hecho... Nada queda de aquellos tiempos sino el recuerdo. Me jode profundamente no haber sido consciente entonces de lo feliz que era.
El tiempo no pasa en vano, y el muy cabrón se lleva consigo una cantidad importante de pequeños tesoros que forman parte de uno mismo. Lo que no acabo de comprender es porqué no nos despoja de los malos recuerdos, aquellos que se van incrustando en algún lugar de nosotros y, desde ahí, preparan su plan de acción. Sin duda, una buena memoria es útil, pero también lo es la capacidad para olvidar.
LA ALEGRÍA ESTÁ PERMITIDA
Hace 5 años