24 de septiembre de 2011

Sueños

No tenía más que cerrar los ojos para reencontrarse con el Paseo del Prado. A un lado, la casa que, antaño, hizo suya de tanto soñarla. Al otro, un río gris oscuro deambula, casi agonizante, y descarrila poco antes de llegar a una especie de mar, cansado de serlo.
En la casa se intuyen las canciones de siempre. Un trago de ron es suficiente para salir a bailar. Hoy llueve. Nos mojamos. Eso me gusta. El agua recorre mi cuerpo y limpia mi memoria, anclada en un mundo imperfecto.
En el río también se oyen canciones. Esta vez, piensa en acariciarlo y agradecerle el trato desenfadado con el que le acogió hace unos años.
Hoy el Señor de las Tinieblas no sabe por dónde comenzar a descargar su furia. Quizás lo haga en forma de distancia. Sí, así será. “Que jamás vuelvan a mirarse”, piensa. Entonces alza los dos brazos y les sitúa a miles de kilómetros. Copelia es el mejor escenario para cerrar los ojos y volver al río. Allí le encuentra, pasea despacio, parece feliz. Le siguen las huellas del inconformismo y las ganas de luchar, unas huellas que se difuminan sin apenas hacer ruido. Se detiene y cierra los ojos. Abre con cuidado la bolsita de maní que acaba de comprar a una vieja bailarina.
Viajaron tantas veces juntos… Rieron y lloraron, sintieron la vida correr detrás de ellos. Pensaron un mundo con menos sombras, sin paradas cardíacas, sin “peros” y con muchos “ojalás”. Pero nunca se vieron. Soñaban con los ojos cerrados.

2 comentarios:

David dijo...

Qué bueno que vuelvas... viajamos?

Mariajillo dijo...

En realidad, nunca me fui. Viajemos.