5 de mayo de 2015

El spleen de París

El río en cambio constante, Heráclito y su movimiento perpetuo. Molde(arte). Resurgir de las nadas y los todos, y sentarte a mirar el mundo desde algún ángulo agónico. Huir del balanceo constante y tembloroso para fijar raíces durante siete minutos, que son los que duran -exactamente- tu torpe recital de poeta maldito. El spleen de París es combatir cualquier al(arma). Siete minutos de negación de la realidad, siete minutos de sumisión a cualquier dogma que tú quieras instaurar.
Creo en la música, en los versos de Nacho Vegas, que repites -de forma casi mecánica- cuando algo te preocupa.
Me preocupa compartir espacio con aquellos que convierten las melodías en un deporte de mal gusto. Me angustia el poder que regalamos al personaje, no a la persona. Sólo tú, apenas tarareando, me alejas de esa arritmia mal sonante y reiterada.
Creo en el portazo tras el verso, en los nudos gástricos y en las noches en que aún te necesito. Creo que te odio un poco por ello, por tejer necesidad entre mi miedo y tu aparente equilibrio.
Creo que creerte es el único acto de fe que no me aburre. Y mirarte, a pesar de mi vista cansada, es trazar una línea infinita entre esos siete minutos en que recitas París.

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