Perder(se) es un verbo recurrente. No
siempre andamos sobrados de luz, y caminar a tientas se convierte en
un acto casi reflejo. Es entonces cuando nos agarramos a cualquier
brazo dispuesto a (a)tendernos, la trampa. Como si de él dependiera
nuestra estabilidad, nuestro equilibrio.
Vagar por mares de dudas siempre fue
muy literario, pero la literatura poco sabe de naufragios, ni de ti.
Tampoco tú sabes demasiado de ti, ni de literatura, por muchos muros
que pintes de poesía. Y al final, de todos los caminos, terminas
escogiendo aquél que nunca te conducirá a Roma, desenfundando -en
el viaje- innumerables mecanismos de defensa a personas que jamás te
declararían una guerra. Y así.
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