8 de enero de 2018

Ya nada es lo que era

Yo caminé hace poco de su mano. Esas manos que te llevan a algún lugar. Esos lugares que te recuerdan que aún puedes abrir los ojos y sentir que hay más de luz que de oscuridad. Con treinta y todos no se puede jugar a caer, porque las hostias pasan de ser aprendizaje a herida que, quizás, nunca cicatrice, o quizás sí. El caso es que yo, mirando con perspectiva, jugué a caminar de su mano, con la parte de espejismo que implica jugar a caminar. Creí que me comía el mundo cada vez que le daba un bocado a cualquier dulce esfera, hueca. Me sentí marea entre tanta costumbre, niña que corre sobre el asfalto en una carrera improvisada.. y bueno, perdí.. un pendiente, y un trocito de sonrisa. Encontré a Pop, después de buscarla por muchos rincones. Y pinté, con un temblor hijo del miedo, el paso del tiempo y el recuerdo de una gran ausencia. Supe de versos y canciones que hablaban del rimel negro que usaban sus pestañas para esconder una mirada esclava de otra mirada. 
Algunos días camino sola, y mi mano no tiene demasiadas ganas de colocar los astros en fila. Imagino que alguien puso sobre ella un puñado de palabras extrañas, que encierran verdades, como el puño que ahora es. Una mano sola, que llora cuando su compañera señala otros planetas.

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