Yo, y también lo digo desde el convencimiento más firme, siento una profunda admiración por todas esas personas que acaban con el agua hasta el cuello, porque quieren ver el panorama desde abajo, porque sólo en ese espacio reducido que casi ahoga, puedes agarrarte a ti misma y encontrar tu puto punto de fuga. Admiración, nuevamente, por quienes aprendemos a valorar lo que tenemos, porque algún día no tuvimos más que miedo. Admiración por los que hemos besado el suelo enfangado tras unos pasos que nunca alcanzaremos. Por los que, en nuestra lucha eterna por llegar a algún lugar y -estando a escasos centímetros de la meta- retrocedemos para rescatar a quién sea y lo volveríamos a hacer cien mil veces.
Y en estas llega Freud. Y Kant. Y otros asuntos.
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