13 de julio de 2009

Bailame el agua

Prefiero morir vicioso y feliz a vivir limpio y aburrido. Prefiero encontrar una estrella en el fango a cuatro diamantes sobre un cristal. Prefiero que la estrella queme, sea fuego, a un tacto rezumante de frialdad. Prefiero besar el duro suelo veinte veces para llegar una sola vez a lo más alto, a escalar poco a poco, sin caer nunca pero sin llegar jamás a la cima. Prefiero que me duela a que me traspase, que me haga daño a que me ignore. Prefiero sentir. Prefiero una noche oscura y bella, sucia y hermosa, a un montón de días claros que no me digan nada. Prefiero una cadena a un bozal. Prefiero quedarme en la cama todo el día pensando en mi vida a levantarme para pensar en la de otros. Prefiero un gato a un perro. Porque el gato te araña, es infiel, te ignora, se escapa, pero sabes que, a pesar de todo, no podría vivir sin ti. En cambio, el perro es tonto, no sabe nada, te obedece hasta el absurdo. Prefiero las mujeres gato a las mujeres perro, por las mismas razones. Prefiero el mar a la montaña. La vida es una noche tumbado en la playa, mirando las estrellas sin verlas, soñando despierto, dejando que la arena se cuele entre los dedos de mis pies, embriagado de todo. Y la noche, siempre la noche. Nunca a la luz del sol. La noche es mágica. Me hace vivir, no pensar. Me pone en movimiento. Rompe mis esquemas. Prefiero las noches frescas de verano, andar con poca ropa, sentarme en el suelo y meterme algo de vida en el cuerpo. La mañana me sabe a dolor de cabeza. Me da sueño. Me quita las ganas de hablar. Me recuerda que soy mortal. Me recuerda que soy normal. La noche me hace único. Prefiero el color de la sangre y el de la gris niebla que difumina las cosas. Si sabe que prefiero el frío cuero, ¿por qué se viste con el traje de terciopelo?. Se me escurre entre los dedos... Prefiero experimentar las cosas, aunque me hagan mal. Aunque me hiervan la sangre. Prefiero probarlo todo a morirme sin saber lo que me gusta. Y, más que nada, prefiero la vida que dan sus besos de caramelo y la suave caricia de su piel caliente.

Daniel Valdés

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Recuerdas aquella madrugada que tomamos un primer café para soportar juntos tu final de filo? Que luego resultó que el final no era de filo...
Esta mañana he visto a la misma persona, Mariajo. Y, creeme, no me gusta nada.

Mariajillo dijo...

"Momento de hablar de las decepciones, inyecciones letales de autocrítica porque, al fin y al cabo, no son más que falsas proyecciones ajenas, fruto de una enfermiza necesidad de sentimiento bidireccional. Ilusiones. Nada tangible.
Lo peor de las decepciones es la carga de soledad que conllevan; esa soledad que destruye, que explota generando infinitos trozos de cansancio y olor a cerrado.
Y ¿qué me dicen del miedo? Toma tanta fuerza que ni una huída a tiempo consigue alejarlo. ¿Qué hacer entonces?"

Así empezaba mi nueva entrada Jor. Pero no voy a continuarla. Un último apunte para el final de filo: Por favor, no me obligues a cargar con el temor a decepcionarte.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Lecram dijo...

No, no empieces ninguna entrada así. No habría manera de terminarla con una sonrisa. El miedo es natural como la vida, y todo lo que requiere es tiempo para juntar las fuerzas suficientes para vencerlo.

Mariajillo dijo...

¿Crees que el paraíso está abierto a la hora de cenar?

"Los días están contados, no hay más que temer; tan solo seremos libres cuando no haya más que perder"

Lecram dijo...

El paraíso está donde y cuando queramos. De mientras, puedes refugiarte en alguna canción donde todo encaje; allí estarás segura.