27 de noviembre de 2012

Duelos

Estas últimas semanas, caprichos de la vida, me he visto en la necesidad (laboral y personal) de enfrentarme al duelo. Ni cien tratados bastarían para satisfacer la sed de connotaciones que tiene la palabra en cuestión, dejémoslo en que es el proceso de dolor que prosigue a la pérdida de un ser querido. En un sistema en el que nos inculcan la dependencia emocional como punto de partida para la socialización, es prácticamente impensable vivir un duelo sin agonía. Y estamos tan jodidamente condicionados a las normas universalmente asentadas, que -en época de duelo- no debemos sentir calma (ya ni entro en términos como alegría o felicidad). Pero la mente, instigada por agentes estimuladores, -en ocasiones- también se deja llevar por algún acorde oportuno, y permite el paso de imputs determinantes para la recuperación del control que hace tiempo perdiste. Imputs que estrellan camisetas en cualquier esquina, o que viajan a Birmania empujados por la incertidumbre, quizás por el miedo. Que visten de oscuro, tal vez para ocultar un interior ajado pero brillante. Este tipo de encuentros, regalo en días de lluvia, no son más que despertares. Abres los ojos, inundados de vértigo, y te atreves a saborear futuro.
Y ésto son los duelos, compañeros. Vida enfundada en vida.

2 comentarios:

David dijo...

A la mierda los duelos, eres la mejor persona del mundo.

Jordi dijo...

Tú lo has dicho, los duelos no son más que vida, y oye, a mí me inyectas vida con sólo verte de lejos.