Me columpio entre el tímido tintineo
de ansiadas revoluciones. Empieza la cuenta atrás, que me transporta
al frío deseo de hipnotizar las manillas de mi muñeca, para que
sueñen contigo, como lo hacen, desde hace 50 años, aquéllas que
viven con un pensador, y un poeta ateo.
De dudosa seriedad son los rituales con
los que consigo complacer a mi mente inconexa, cuentos sencillos,
casi aceptables, que aún creen sentir el vértigo de algún
atardecer en el Puente Carlos.
Nada perdemos, pues nada tenemos.
Crisipo o el empeño de pensar con el hemisferio izquierdo. Qué más
da. Mañana volverá a ser ayer, y el vaso de cerveza sigue estando
medio lleno.
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