26 de noviembre de 2008

Llamadas perdidas

El paso del tiempo no deja a nadie indiferente, y menos cuando vives sin miedo a los excesos. Llega a ser preocupante como ciertas ideas de discutible importancia rondan en la cabeza de una durante años, y un buen día, ceden amablemente el paso a verdaderas obligaciones. Tareas que no puedes eludir, y que te dejan sin fuerzas, sin sonrisas, sin tiempo... y esta vez el paso del tiempo ya no es una putada ajena, sino una realidad propia, que vive en cada cena, en cada canción...

Cada vez cuesta más trabajo hacer planes y no anularlos a última hora por una llamada urgente, inquietante. Relativizar, esa es la palabra. Mirar alrededor, y comprobar que no estamos tan mal, consejos de siempre, inútiles, por otra parte.

18 de noviembre de 2008

Mañanas

Me gustan mis despertares. A eso de las 6.30h, puntual, Calcetín se enzarza en una especie de lucha ruidosa con la planta de la habitación, mientras Josete intenta, sin demasiado éxito, atraparlo y encerrarlo en algún otro lugar de la casa. A partir de entonces es imposible conciliar de nuevo el sueño, y el mal humor matinal comienza a transformarse en risas, los gritos de rigor, escenas un tanto absurdas y pequeñeces que hacen de esas horas la mejor manera de comenzar el día.
Los martes, además, suelen ser aún más especiales, porque, desde hace una eternidad, Jor y yo aprovechamos "el mercadillo de debajo del puente" para tomar el primer café, acompañados siempre del bullicio tan característicos de las paradas, los primeros gritos de reclamo de los vendedores y ese mítico olor a pueblo... Con un frío que te llega al último hueso del cuerpo, a las 7.12h pedimos ese "cafelito bueno", y conversamos sobre cualquier vanalidad, o no...
En definitiva, me gustan los martes, me gustan mis mañanas, me encanta que forméis parte de ellas.

17 de noviembre de 2008

Porque el amor cuando no muere, mata...

A Sabina me lo presentó él:
-"Ya es hora de que aprendas algo de la vida... y de la música. Empecemos por el maestro. Cualquier chorrada cantada por él, suena de puta madre". Y así empecé a vivir con sus letras, y con su compañía, un tanto peligrosa para una niña de 14 años.

Durante unos años, cada vez que me atrevía a pisar el terreno de lo "prohibido", lo achacaban a su influencia: -esta niña cada día se parece más al J., decían; comentario que, por otra parte, me producía más satisfacción que ganas de escarmentar. Y cuánto más años cumplía, más me esforzaba en ser como él: su música sonó en mis primeros conciertos, leí cada libro que pudiera llamar su atención ("Cuando el cielo bajo y grávido pesa como una losa sobre el espíritu gimiente..."), heredé su amor por latino américa, su pasión por los que menos quieren y más necesitan... pero también me enseñó a vivir con miedo, y a querer desaparecer cuando nada funciona como debiera.

A los 16 le perdí la pista, desapareció, como el cartero de Neruda. A veces venía a esperarme a la puerta del instituto, pero por aquel entonces sus historias ya no me emocionaban demasiado, hecho que debió intuir porque sus visitas menguaron, hasta convertirse en encuentros poco casuales acompañados de ciertas necesidades... Y es que, muchas veces, necesitamos querer, y, sin querer, seguimos necesitando. Por eso a día de hoy, su hija debe necesitarle, seguramente menos que yo, que me licencié en necesitar.

Durante un tiempo, en que supo que me estaba muriendo, creí sentirle en algún antro. Sé que estaba, nunca me costó sentir su presencia.

La última vez que le vi, ya no tenía el pelo largo. Vestía unos baqueros ajustados y una camiseta del maestro (Rosendo, esta vez). Debía pesar unos 10 kilos menos. No había gran cosa detrás de esa mirada ausente, humo quizá.
Había menos gente de lo esperado en el Palau d'Esports de Vall d'Hebrón, "es el rocanrol música para sólo unos cuantos privilegiados". Tocaba Barricada y Jose andaba con prisas (una meada y palante). Por el camino le vi, me detuve frente a él. Le costó reconocerme pero no tardó en sonreir. Una sonrisa amable, como si las tardes de antaño comenzaran a dar fruto. Creo que le gustó mi aspecto, y el de mi pareja. Y estoy segura, casi tanto como de que jamás me lo dirá, de que se sintió orgulloso de mi, o lo que es lo mismo, de lo que él podría haber sido. Nos abrazamos muy fuerte, ante la mirada sorprendida de Josete, y así estuvimos un buen rato. Me besó cien veces o más y lo único que consiguió decir fue algo parecido a "te quiero" (o eso creí entender, o eso quise entender). Y desapareció... como lo hizo el cartero de Neruda.
De camino al lavabo... "¿quién era, Mariajo?, me preguntó.
Es mi hermano.

11 de noviembre de 2008

Bendita rutina

Nos pasamos la vida renegando de la rutina, maldiciendo, uno a uno, cada día igual o parecido al anterior; deseando que nos ocurra algo "diferente", que nos demuestre que somos algo más que máquinas adiestradas... Lo jodido es que, algunas veces, esa diferencia viene de la mano de algún golpetazo en las entrañas. Después de un par de días acompañada de sirenas, salas de espera, miradas impacientes y atemorizadas... sólo puedo decir que deseo, más que nada en el mundo, que regrese la rutina.

2 de noviembre de 2008

Vine del Norte

Hoy va de canciones, de esas que, despiadadas, consiguen conquistar viejas heridas, abriéndolas de nuevo. Canciones que duelen, a pesar del tiempo y la distancia. Canciones que, a las doce del medio día sólo provocan un cierto gesto de recuerdo, pero que la madrugada las transforma, y el alcohol las coloca ahí adentro, y no salen, por mucho que te tapes los oidos.

Hay una canción que me acompañó durante el tercer año de carrera. A esas horas en que debería estar prohibido levantarse, salía de casa y me refugiaba en mi viejo Ibiza. Colocaba la cinta, y escrupulosamente buscaba el minuto 27. Salía en silencio del barrio, para que nadie pudiera reconocerme y, una vez, adentrada en la ronda apretaba el Play. Y entonces comenzaba a llorar, y a maldecir mi vida por no regalarme historias como las de la canción. Y, de nuevo, pensaba en los mismos momentos en que el resto del día luchaba por borrar, y en los paseos por la playa.

A día de hoy, todavía no puedo escuchar "Vine del Norte" sin que me duela. En sus conciertos, me tapo con fuerza la boca, para no gritar de pena, o melancolía, qué se yo. Pero a pesar de todo, no conozco canción más bella. Y sigo esperando el día en que pueda escucharla sin sentir que me quedé en la mitad. Sigo esperando el día en que alguien quiera carretear conmigo las calles de Santiago.

"Vine del norte buscando una canción y una cruz, y allí se cruzó un cometa, y en su estela estabas tú. En Madrid seguiría lloviendo, triste como lo dejé, y en Santiago con tus luces y su noviembre me quemé.
Y fue después de un concierto, una noche en tu universidad, allí te encontré de nuevo, "Hoy te invito a carretear". "Acepto gustoso tu oferta, sólo con una condición: que no se acabe esta noche y que no me enamore yo".
Andando por La Alameda, tú me empezaste a contar causas, azares y luchas, en estos días y al pasar por delante de La Moneda, tú tarareaste a Jara. Me miraste, "Así tan duro, tienes un aire a Guevara".
Y entramos en un bareto, y allí alguien cantaba a Fito. "A este paso me enamoro, sólo me falta otro pisco". "Déjate de historias, súbete ahí, y cántame una de Silvio". "Sólo si me das un beso", y todos cantaron conmigo.
Salimos del bar borrachos, agarrados de la mano, y en la calle como siempre jodiendo andaban los pacos. Tú les gritaste "¡Asesinos!", y los dos echamos a correr. Tú reías, y en tu risa yo me veía caer.
Pero, "¿Dónde has estado este tiempo? Se hace tarde, vete a casa", y en tu abrazo a lo lejos, creí oír a los Parra, cantando para nosotros. Será mejor que me vaya. Ahí quedé, solo, gritando, sin ti, "Te recuerdo, Amanda".
"Te recuerdo, Amanda".
Al tiempo llegué a mi norte, con una canción y una cruz, con la estela de un cometa, con tu mentira y con tu luz. En Madrid seguía lloviendo, tal y como lo dejé, y en Santiago tantas cosas, hoy me muero por volver.
Hoy me muero por volver. "


Vine del Norte -I. Serrano.