23 de octubre de 2018

Amanda

Ojalá tengas a tu madre y a tu padre hasta que seas viejita, y les cuides y admires. Ojalá crezcas en un entorno de alegría. Ojalá nadie te aparte las piedras que encontrarás en el camino, que tropieces con ellas y tú mismas escojas con las que quieres volver a tropezar. Ojalá te rompan el corazón, eso quizás signifique que has amado sin condiciones. Ojalá cada vez que brindes resuenen en tu copa tres palabras: amistad, justicia y coherencia. Ojalá no te cuenten historias, que seas tú misma quien las construya a base de esfuerzo e ilusión. Ojalá fabriques unos ideales sólidos, hechos a tu medida, que luches por ellos con sed de triunfo pero sin tiranía. Ojalá no hagas daño, aunque te lo hagan a ti, que sepas alejarte con entereza de lo que no vaya contigo o de quien no quiera ir contigo. Ojalá mires del mismo modo a tu jefe que a la señora de la limpieza, y ojalá nunca quieras ser jefa de nadie. Ojalá tu cuenta bancaria tiemble con la misma risa que puedas temblar tú cada vez que compartas aventuras y desventuras con tus amigos. Ojalá hagas muchos regalos y compres pocos. Ojalá sientas la música en las entrañas. Ojalá sepas compartir, hasta cuando sólo tengas un pequeño pedazo de pan. Ojalá vivas con muchos animales y sean tu familia, no tus mascotas. Ojalá persigas tus sueños y no desfallezcas en el intento. Ojalá no escuches a quienes te digan que algo no está a tu alcance. Ojalá siempre, y ojalá todo.

17 de abril de 2018

Freud, Kant y otros asuntos

Te lo digo desde el convencimiento más firme "siento mucha pena por todas esas personas que no se han caído nunca, que viven en una línea recta". Él siempre concluye las conversaciones con frases de este tipo, porque sabe, también desde el convencimiento más firme, que toda alumna tiene una fe ciega, casi mágica, en las palabras del que fuera su maestro. Quienes tendemos a sentir con las manos llenas de nada y la fuerza desgarradora de un ciclón necesitamos en nuestra vida a ese ser que, sabiendo de lo que hablamos, consigue llevarte al otro lado para que puedas echarte un vistazo con un poquito de distancia. Una vez allí, es otra dimensión, como un mundo paralelo desde donde te reconoces a medias. 
Yo, y también lo digo desde el convencimiento más firme, siento una profunda admiración por todas esas personas que acaban con el agua hasta el cuello, porque quieren ver el panorama desde abajo, porque sólo en ese espacio reducido que casi ahoga, puedes agarrarte a ti misma y encontrar tu puto punto de fuga. Admiración, nuevamente, por quienes aprendemos a valorar lo que tenemos, porque algún día no tuvimos más que miedo. Admiración por los que hemos besado el suelo enfangado tras unos pasos que nunca alcanzaremos. Por los que, en nuestra lucha eterna por llegar a algún lugar y -estando a escasos centímetros de la meta- retrocedemos para rescatar a quién sea y lo volveríamos a hacer cien mil veces. 
Y en estas llega Freud. Y Kant. Y otros asuntos.

8 de enero de 2018

Ya nada es lo que era

Yo caminé hace poco de su mano. Esas manos que te llevan a algún lugar. Esos lugares que te recuerdan que aún puedes abrir los ojos y sentir que hay más de luz que de oscuridad. Con treinta y todos no se puede jugar a caer, porque las hostias pasan de ser aprendizaje a herida que, quizás, nunca cicatrice, o quizás sí. El caso es que yo, mirando con perspectiva, jugué a caminar de su mano, con la parte de espejismo que implica jugar a caminar. Creí que me comía el mundo cada vez que le daba un bocado a cualquier dulce esfera, hueca. Me sentí marea entre tanta costumbre, niña que corre sobre el asfalto en una carrera improvisada.. y bueno, perdí.. un pendiente, y un trocito de sonrisa. Encontré a Pop, después de buscarla por muchos rincones. Y pinté, con un temblor hijo del miedo, el paso del tiempo y el recuerdo de una gran ausencia. Supe de versos y canciones que hablaban del rimel negro que usaban sus pestañas para esconder una mirada esclava de otra mirada. 
Algunos días camino sola, y mi mano no tiene demasiadas ganas de colocar los astros en fila. Imagino que alguien puso sobre ella un puñado de palabras extrañas, que encierran verdades, como el puño que ahora es. Una mano sola, que llora cuando su compañera señala otros planetas.