27 de septiembre de 2011

El día que lluevan pianos



"Quédate hasta el día que lluevan pianos,
quédate hasta que yo dé mi brazo a retorcer,
y fóllame, como si esta noche me fuera a comer
las estrellas una a una,
quédate, jugará tu corazón al esconder, con el mío,
en la basura" (Marea)

Primera joyita del disco :-)

26 de septiembre de 2011

Lecciones

Me explicó, antes de irse, que había aprendido un par de lecciones en el tiempo que duró su estancia en la costa. No hay que esperar demasiado de las personas que no comprenden las reglas del juego. Es el único modo de ponerte a salvo. Si recuerdas ésto cada vez que seas generosa con ellas, no te verás en la obligación de transformarte. Si a pesar de todo, te despojan de alegría, no les odies. Recuerda que no hay personas malas, tan sólo hay pesonas que no son felices.
La segunda lección -si quieres- te la cuento a la vuelta.

24 de septiembre de 2011

Sueños

No tenía más que cerrar los ojos para reencontrarse con el Paseo del Prado. A un lado, la casa que, antaño, hizo suya de tanto soñarla. Al otro, un río gris oscuro deambula, casi agonizante, y descarrila poco antes de llegar a una especie de mar, cansado de serlo.
En la casa se intuyen las canciones de siempre. Un trago de ron es suficiente para salir a bailar. Hoy llueve. Nos mojamos. Eso me gusta. El agua recorre mi cuerpo y limpia mi memoria, anclada en un mundo imperfecto.
En el río también se oyen canciones. Esta vez, piensa en acariciarlo y agradecerle el trato desenfadado con el que le acogió hace unos años.
Hoy el Señor de las Tinieblas no sabe por dónde comenzar a descargar su furia. Quizás lo haga en forma de distancia. Sí, así será. “Que jamás vuelvan a mirarse”, piensa. Entonces alza los dos brazos y les sitúa a miles de kilómetros. Copelia es el mejor escenario para cerrar los ojos y volver al río. Allí le encuentra, pasea despacio, parece feliz. Le siguen las huellas del inconformismo y las ganas de luchar, unas huellas que se difuminan sin apenas hacer ruido. Se detiene y cierra los ojos. Abre con cuidado la bolsita de maní que acaba de comprar a una vieja bailarina.
Viajaron tantas veces juntos… Rieron y lloraron, sintieron la vida correr detrás de ellos. Pensaron un mundo con menos sombras, sin paradas cardíacas, sin “peros” y con muchos “ojalás”. Pero nunca se vieron. Soñaban con los ojos cerrados.