18 de mayo de 2015

Te odio

Conjugar según que verbos debiera ser broma, o delito. Yo siempre fui de querer, mal y pronto, pero de querer, al fin y al cabo. Llevo días escondiendo mi versión más rock, mi versión más yo. Y ni con esas, he conseguido evitar la jodida conjugación.. No creo en las mentiras, hace años que les perdí la pista, de baile.  Para jugar, con fuego, es necesario haberse quemado alguna vez, y son esas marcas, ardiendo todavía, las que me recuerdan que no hay otro camino, salvo el de regreso. Regresar a esa bendita maravilla que es la vida. La que sonríe, la de las tazas de Superman llenas de ron y cola. La de besos, latidos y poemas de Rilke. La de los "te echo en falta" o "te quiero quitar los tejanos mientras suena algo de Silvio".. Nunca he sabido odiar(te), y el permiso para querer(te) andará entrelazado en alguna pulsera de cuero. Acabar,  antes de empezar, varias veces. Te odio, a vida. Te quiero, a muerte.

5 de mayo de 2015

El spleen de París

El río en cambio constante, Heráclito y su movimiento perpetuo. Molde(arte). Resurgir de las nadas y los todos, y sentarte a mirar el mundo desde algún ángulo agónico. Huir del balanceo constante y tembloroso para fijar raíces durante siete minutos, que son los que duran -exactamente- tu torpe recital de poeta maldito. El spleen de París es combatir cualquier al(arma). Siete minutos de negación de la realidad, siete minutos de sumisión a cualquier dogma que tú quieras instaurar.
Creo en la música, en los versos de Nacho Vegas, que repites -de forma casi mecánica- cuando algo te preocupa.
Me preocupa compartir espacio con aquellos que convierten las melodías en un deporte de mal gusto. Me angustia el poder que regalamos al personaje, no a la persona. Sólo tú, apenas tarareando, me alejas de esa arritmia mal sonante y reiterada.
Creo en el portazo tras el verso, en los nudos gástricos y en las noches en que aún te necesito. Creo que te odio un poco por ello, por tejer necesidad entre mi miedo y tu aparente equilibrio.
Creo que creerte es el único acto de fe que no me aburre. Y mirarte, a pesar de mi vista cansada, es trazar una línea infinita entre esos siete minutos en que recitas París.