18 de diciembre de 2017

Volver a ser una niña

Se sentaban delante de una mesa antigua de escritorio con un mundo de plástico duro en frente. Lo hacían girar y cada uno colocaba el dedo donde sus instintos le susurraban. Ella siempre sentía frío y jugaba a enfadarse cuando le tocaban destinos polares. Él nunca tuvo preferencias, sólo quería huir de la tierra que acoge a sus seres queridos desde hacía unos meses. No hay nada más bonito que soñar con lo que deseas, sin demasiado apego a esos trocitos de anhelos, con cautela, acariciándolos con tacto de abuela. Si les aprietas, se asustan y se alejan. Por eso decidimos no hacerlos prisioneros y dejarlos que ellos decidieran si querían huir o ser frío.
Algunos días, buscaban refugio en tiendas de discos, ambos habían crecido con música. Ella soñaba con bailar como su madre, que se movía como la gitana que era. Él le explicaba que su padre era pianista, llevaba tirantes y bebía vino blanco. Las ausencias pesan menos cuando las compartes con otras ausencias.
Ella se caía casi todos los días, él tropezaba de vez en cuando. Nunca se atrevieron a tener tiempo para saber mucho más el uno del otro, o quizás entendieron que la información que conocían era suficiente como para no hacerse demasiadas preguntas.
Una mañana, ella había muerto de miedo, y él le hizo un regalo. No le dio las gracias, sólo le contestó con un retal de su mirada triste y lloró. "Te vi cómo los mirabas". En las manos de ella, dos zapatos de niña rojos con lunares blancos. Ese es el destino que hoy mis dedos quisieran señalar, volver a ser una niña.

8 de octubre de 2017

Palabras

Hablaban, se escribían con las ganas locas de quien vislumbra una especie de desastre inminente, y siente la necesidad de vaciarse de palabras. Algunas veces, cuando pensaban que ya se lo habían dicho todo, recurrían a canciones y entonces abrían quince frentes más que les hacían pensar, muy para adentro, algo así como "menos mal, esto acaba de empezar".
Una noche, cada uno en su sillón del mundo, decidieron brindar por la distancia, que desapareció con el tacto frío de aquellos vasos verdes de Duralex. Ambos habían sido pequeños hace demasiado, y se habían enfrentado a la aventura de sobrevivir en un espacio/tiempo extraño. Ella le habló de Edith Piaf, le explicó que es una de las pocas personas que se sintió enamorada de su propia voz cuando la escuchó por primera vez en una grabación. Él no dejaba de volar, por encima de los océanos.
Hablaban. Y algunas veces se entendían. Y se vaciaban de palabras. Ojalá no fuera así, pero los dos conocían demasiado bien la sensación de tener que soportar el peso de un desastre inminente.

6 de septiembre de 2017

Días

Hay días en que aprieto el verbo poder con las manos, pero sólo veo alambradas. Me incomoda el silencio, y el ruido apesta a himno añejo. No sé si quiero o debo, y el presente es un tiempo que cambiaría en un chasquido de dedos que ni siquiera sé entonar. Lamentarme me produce un cansancio impermeable, y mi piel se hace transparente dejando a la vista todos los órganos que allí habitan, con sus cicatrices remachadas e imperfectas.
Sin embargo, hay días de olor a jazmín, y de rituales obscenos que provocan una turbia y maravillosa explosión de cualquier termómetro que se atreva a acercarse a mí. Me atraen los sabores orientales y bebo con la certeza de un previsible pero siempre único estado de conjunción mayúscula, de entendimiento profundo e irrepetible.
Hay días que ni blanco ni negro, ni torpe ni hábil. Ni nada. Días de nada. De paso del tiempo. Ni indultos, ni castigos. Ni tembleques, ni estatismo. Ni nada. Ni bueno, ni malo. Ni ser, estar o parecer. Ni nada.
Hay días de abundancia. De vicio, de pecado, de lujuria, de sexo, de ron. De todo.
Hay días de mierda, de vida, de mirar hacia atrás, de cerrar los ojos. Hay días de nada. Y hay días de todo. Pero a ti, cariño, te miro. Y siempre veo noches.

30 de mayo de 2017

Los mismos bares

Tenía una "libreta de reflexiones" que sacaba de su mochila en las noches de tequila, limón y juegos de lengua y desafíos. A veces ojea sus páginas, vestidas de cientos de "te quieros" que avivan la teoría causa efecto/ alcohol amor. Cuando se siente muy sola, le invade la tentación de creerse alguno de ellos, y pasar por alto el escalofrío de los silencios infinitos.
Sonríe mientras sus pupilas se deslizan por la genialidad de algunas frases, escritas desde el estómago comprimido a punto de vomitar. "Aquí estoy borracha, en este bar de dudas", esa es su preferida. La escribió en Berlín, durante un concierto de jazz de un tipo con melena y ojos huracán. ¿Qué será de él? ¿Se habrá cruzado con la felicidad?
Le da un poco de miedo colocar sus recuerdos en la parcela de tiempo que les corresponden, y no por nostalgia o añoranza, sino por los dos dígitos numéricos que los separan ya de su presente. De todo empieza a hacer ya demasiado tiempo, y algunos sueños siguen en su libreta de reflexiones, dispuestos a salir volando de esas páginas y caer en plan meteorito delante de su mirada triste "creías que no nos volveríamos a ver? va! desnúdate!"
Y algunas noches vuelven a escribir. Ahora hay más certezas que dudas, maldita sea. Y más limón que tequila. Maldita sea también.