14 de octubre de 2015

Alturas, trenes, nubes y gatos

Casi siempre me dejo vencer por esa manía que tiene la vida de esconderse y engullir -de un trago- la necesidad que siento de creer en las alturas, en los trenes, en las nubes, y en los gatos. De creer en algo que no sea humo, que no se vista de humo y que no se desvanezca como el humo. Proyectar toda tu imaginación en una única carta es jugar con el mismo fuego que termina convirtiéndola en ceniza. Yo escribía cartas. Dibujaba trincheras de colores en folios blancos, en un intento de ser noche, canción o cerveza, no importa el orden. Me aferraba a una magia que nunca existió más allá de mi sentimiento de indefensión y claro, fallé en todos los trucos.

A día de hoy, me aburren las personas que tiran de frases hechas para no tener que molestarse en pensar demasiado. Todavía me sigo preguntando qué esconderán tantos "te quieros" postrados y agonizantes tras una pantalla de móvil. Y las putas Pes de Pamplona que preceden a las risas y las convierten en velocidad, en huida, no vaya a ser que nos dé por agarrar del cuello a esa vida que se esconde y engulle alturas, trenes, nubes y gatos, mirarla de frente y decirle "ey, tú y yo tenemos que hablar, en serio" (deságanse de la última coma si lo que les interesa es tener una conversación formal). 

Casi siempre me dejo vencer por las manías de la vida... Aunque en realidad, por muchas vueltas que vaya dando, termina por estacionar siempre en el mismo lugar. Ahora parece que toca invierno, y frío. Bien. Así -al fin-  tendré algún motivo distinto de ti para poder temblar.