28 de febrero de 2013

Annie Hall

Este es el escenario. Llego a casa, un tanto cansada de casi todo el mundo. Ducha rápida, pijama. Cerveza. Abro el pc y me centro en el último mail de Jose: "Escúchalo".
Como muchas veces he apuntado, lo bueno de la hipersensibilidad es el efecto de esta sobredosis emocional. Hay canciones bonitas, y luego está Annie Hall. Hay buenas colaboraciones, y luego está Annie Hall. La segunda cerveza es para celebrar que hay personas que hacen estas cosas. La tercera va a ser por mí. Las siguientes son tuyas. Sí, quiero.




25 de febrero de 2013

Comiéndote a besos



No podría encontrar una canción que defina mejor lo que te quiero decir.

Desesperación


Piensen cuáles pueden ser las razones básicas para la desesperación. Cada uno de ustedes tendrá las suyas. Les propongo las mías: la volubilidad del amor, la fragilidad de nuestro cuerpo, la abrumadora mezquindad que domina la vida social, la trágica soledad en la que en el fondo vivimos todos, los reveses de la amistad, la monotonía e insensibilidad que trae aparejada la costumbre de vivir.

Al otro lado de la balanza, encontramos París. Esa ciudad, tal vez porque no se acaba nunca y porque, además, es maravillosa, puede con todo, puede con todas las causas que el hombre encuentra para ser infeliz. Pero si, además, uno en París es joven como lo era yo en aquellos días y en realidad aún no ha detectado las verdaderas y esenciales razones que puede haber para la desesperación, no se entiende que yo me sintiera tan infeliz. ¿Qué hacía, Dios mío, desesperado en París? No podía ser más imbécil.

Doy vueltas a esto y me acuerdo de este apunte de Ciorán: «París: ciudad en la que podría haber ciertas personas interesantes a las que ver, pero en la que se ve a cualquiera menos a ellas. Te crucifican los fastidiosos».

Y me digo que cuando viví en París nunca distinguí entre personas interesantes y fastidiosas, muy probablemente porque yo, con mi estúpida desesperación a cuestas, pertenecía al numeroso grupo de las fastidiosas.

Creía que era muy elegante vivir en la desesperación. Lo creí a lo largo de esos dos años que pasé en París, y en realidad lo he creído casi toda mi vida, he vivido en ese error hasta agosto de este año, que es cuando se tambaleó y derrumbó definitivamente esa íntima creencia en la elegancia de la desesperación.

París no se acaba nunca (Enrique Vila-Matas)

19 de febrero de 2013

Cumpleaños legendarios


"Por encima de todas las cosas, son mis amigos" (Amaral).

PD. No he tenido cojones de subir el video.
PD1. ¿Pudiera ser que todavía tenga resaca?
PD2. Gracias infinitas, tiempo hacía que no lo pasaba tan de puta madre.

14 de febrero de 2013

El lado bueno de las cosas



Perder el control, encontrarlo. Perderlo. Sin etiquetas. Vida, no hay más.

Madrid

- Recuerdo los motivos por los que decidí, hace años, perderme en Madrid con la única compañía de una cámara de fotos y un puñado de pensamientos marchitos.
- Recuerdo que terminé el último de García Montero, y aprendí a convivir con la genialidad de Vila-Matas.
- Recuerdo que subí a un escenario a intentar cantar, y regresé al bar que, en algún tiempo, fue mi casa.
- Recuerdo que, esa misma noche, llegué al hotel menos cansada de lo que debiera, y bebí ron para ahuyentar a los fantasmas del miedo y la soledad.
-Recuerdo barajar posibilidades y escoger la carta menos afortunada, la reina de las despedidas.
- Recuerdo que compartí Sol e indignación con los restos de lo que fue un intento de revolución.
- Recuerdo que en el Retiro conocí a Mario, un viejo gaitero que todavía sueña, siente y vive. Bella Ciao y Don Simón con cola, no necesitar nada más, buena señal. 
- Recuerdo las paredes del Libertad 8, y los libros que habitan sus estanterías. Versos tan cercanos.. familia.
- Recuerdo encontrar "El lado bueno de las cosas", y llorar en calma, como si quisiera reconciliarme con la tristeza, y mirarla de frente, hacerla mía.
- Recuerdo a Pablo, incansable luchador de causas perdidas, magnífico orador. Le recuerdo bien. 
- Recuerdo el frío que parte la piel en cien, el autismo que provoca en las manos temblorosas y cansadas.
- Recuerdo el violín de Marino, cerrar los ojos y sentir que todo es, en el fondo, sencillo. Recuerdo ver cómo esa idea se pierde en la lejanía, en el mismo momento en que se acaba la música. 
- Recuerdo echar de menos a Jose, desear que estuviera conmigo, y hacerle partícipe de esta pequeña aventura. Recuerdo desechar esa idea y esforzarme por centrarme nuevamente en mí, sin mí o conmigo.

Madrid sabe a poesía, y -como París- no se acaba nunca.

5 de febrero de 2013