- Recuerdo los motivos por los que decidí, hace años, perderme en Madrid con la única compañía de una cámara de fotos y un puñado de pensamientos marchitos.
- Recuerdo que terminé el último de García Montero, y aprendí a convivir con la genialidad de Vila-Matas.
- Recuerdo que subí a un escenario a intentar cantar, y regresé al bar que, en algún tiempo, fue mi casa.
- Recuerdo que, esa misma noche, llegué al hotel menos cansada de lo que debiera, y bebí ron para ahuyentar a los fantasmas del miedo y la soledad.
-Recuerdo barajar posibilidades y escoger la carta menos afortunada, la reina de las despedidas.
- Recuerdo que compartí Sol e indignación con los restos de lo que fue un intento de revolución.
- Recuerdo que en el Retiro conocí a Mario, un viejo gaitero que todavía sueña, siente y vive. Bella Ciao y Don Simón con cola, no necesitar nada más, buena señal.
- Recuerdo las paredes del Libertad 8, y los libros que habitan sus estanterías. Versos tan cercanos.. familia.
- Recuerdo encontrar "El lado bueno de las cosas", y llorar en calma, como si quisiera reconciliarme con la tristeza, y mirarla de frente, hacerla mía.
- Recuerdo a Pablo, incansable luchador de causas perdidas, magnífico orador. Le recuerdo bien.
- Recuerdo el frío que parte la piel en cien, el autismo que provoca en las manos temblorosas y cansadas.
- Recuerdo el violín de Marino, cerrar los ojos y sentir que todo es, en el fondo, sencillo. Recuerdo ver cómo esa idea se pierde en la lejanía, en el mismo momento en que se acaba la música.
- Recuerdo echar de menos a Jose, desear que estuviera conmigo, y hacerle partícipe de esta pequeña aventura. Recuerdo desechar esa idea y esforzarme por centrarme nuevamente en mí, sin mí o conmigo.
Madrid sabe a poesía, y -como París- no se acaba nunca.