20 de marzo de 2020

Miedos, culpas y otras pandemias

Menos de siete días han bastado para ser testigos del nacimiento de esa densa incógnita que somos nosotros mismos. Con cierta dificultad, me declino hacia mi hogar, que soy yo misma, frente a los miserables y sus miserias, los condenados y sus condenas, los asustados y sus miedos, los culpables y sus mentiras..
Ahora no puedo escapar de mí, por muchas redes antisociales y presuntuosas que me arrastren a la evasión, no son reales, no saben de tacto, ni de sonrisas. Sí, los acordes pasean por ellas y nos atraen, nos excitan como la puta droga que siempre ha sido la música, pero sigue sin ser verdad.
Estos días no hay miradas cómplices, salvo las que dirigimos hacia nosotros mismos, y es ahí donde -sumamente acojonados- descubrimos quienes somos, y lo que asusta más: la distancia eterna o apenas imperceptible entre eso que somos y lo que siempre hemos deseado ser.
¡Vaya putada nos ha hecho este virus! Un día corremos hacia no sabemos dónde para escapar de no sabemos quién o qué (o sí), y al siguiente estamos lidiando contra un enemigo milimétrico que crece en forma de aburrimiento, de depresión, de falta de imaginación y de todas y cada una de las traducciones que queramos darle a la expresión "no me conozco". Y en esas andamos, lamentándonos todo el tiempo, o buscando mil y una alternativas para no chocarnos de frente con nosotras mismas y darnos cuenta de que nos gustamos un poco menos de lo que creemos.
Unas veces me siento hogar, y otras tantas, soy una batalla campal. Creo en ambas de igual modo y con la misma intensidad. A veces, mi piel es movimiento en calma inusual, hasta que en algún giro me detengo a mirar mis heridas. Entonces soy grito, casi siempre de auxilio. Lo jodido en estos tiempos es que nadie puede oírte.
Saldremos de esta. Je.


No hay comentarios: