18 de mayo de 2010

Andamios

—Después de todo, creo que el pasado ya lo tengo asumido —dijo Rocío, recién desembarcada del sueño, todavía en posición fetal.—¿Y entonces? —preguntó Javier, mientras encendía su tercer cigarrillo consecutivo. —El problema es que no creo en el futuro. Menos aún en mi futuro.— O sea que no creés en mí. —Por supuesto que creo en vos. Creo en vos como presencia actual, aquí, a mi lado. Pero ¿qué vendrá después? —Después también estaré yo. Te advierto que no vas a poder tirarme tan fácilmente por la borda.— Javier, no se trata de algo tan personal como nuestra relación, que ojalá dure mucho, ojalá dure siempre. Pero en el futuro no estamos solamente vos y yo. Abro el diario, miro la tele, y me parece estar inmóvil, aletargada, en un rincón de la catástrofe. No puedo soportar la mirada de los niños de Ruanda, de Sarajevo, de Guatemala, y menos aún los de la Villa 31 en Buenos Aires o, aquí mismo, los de cualquier cantegril, próximos a ser desalojados. Hay días en que me siento enferma de impotencia. Vos y yo ¿qué podemos hacer? Nada. Y no me refiero a este país de morondanga sino al mundo gigantesco. Huele a podrido el mundo gigantesco. En la cana me reventaron. Está bien: aguanté. Estoy tranquila conmigo misma. Pero no me alcanza con estar tranquila apenas con mi conciencia. Quiero estar tranquila con la conciencia de los demás. Y no lo estoy. Francamente no lo estoy. Otros también aguantaron y salieron en escombros. ¿Y qué pasó con esa suma de sacrificios? ¿Qué cambió? Es como si formara parte de un suicidio generacional. ¿Valía la pena jugarse la vida por esta derrota? Tal vez tenía razón Andrés Rivera cuando se preguntaba: ¿qué revolución compensará las penas de los hombres?
Ahí está el riesgo, me parece. Hay seguros de vida, seguros contra incendios, seguros contra robos. Pero en política, y mucho menos en la revolución, no hay seguros contra la derrota. No obstante, hay una dignidad que el vencedor no puede alcanzar. ¿Qué te parece este axiomita? Tené en cuenta que lo escribió nada menos que Borges, un señor bastante victorioso. Por otra parte, no creo que todas las luchas fueran en vano. Artigas, Bolívar, San Martín, Martí, Sandino, el Che, Allende, Gandhi, hasta el mismo Jesús, todos fueron derrotados. Es cierto que el mundo de hoy es más bien horrible, pero si ellos no hubieran existido, seguro que sería peor. Hemos aprendido muy poco de la derecha, pero la derecha en cambio sí ha aprendido algo de la izquierda.— ¿Por ejemplo? —Por ejemplo, que las masas populares existen. Antes simplemente las borraban del mapa ideológico. Sólo valían como objetos de explotación. Ahora en cambio valen, además, como objetos de consumo. Y como consumidores, que no es poco. Por lo menos las masas existen para generar los dividendos de los poderosos. Pero hasta las multinacionales han aprendido que los seres humanos no consumen desde la indigencia. Y entonces les dan migajas y los convencen de que con esas migajas deben adquirir bienes prescindibles como si fueran imprescindibles. Es una payasada, claro, pero esa payasada engendra una dinámica muy especial. Entre ricos y pobres sigue habiendo un abismo, pero la diferencia es que ahoratodos, ellos y nosotros, sabemos que es abismo. Rocío se estiró en la cama, como desperezándose. Javier no tuvo más remedio que admitir que su desnudez era conmovedora.—Y además —dijo él, con una seriedad fingida—, llevas en ti misma la refutación de tu peregrina teoría.— ¿Qué refutación? ¿Estás loco? —Tus pies.
—¿Qué pasa ahora con mis pies?— Que son hermosos. Tan hermosos que contagian a todo tu cuerpo de su hermosura. Y frente a ese milagro,¿qué importa toda la fealdad del mundo? Rocío se tapó los ojos, horizontalmente, con las dos manos. Antes de que Javier se acostumbrara a su inesperado desconcierto, vio que por debajo de aquellos dedos blancos, indefensos, novatos, asomaban dos lágrimas antiguas.

Andamios (Mario Benedetti)

Un año sin ti, pero sigues tan presente...

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